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Durante el siglo XIX se produjo un notable incremento del número de ciudades y del tamaño de estas. Si a comienzos del siglo XIX no existía ninguna ciudad que superara el millón de habitantes, al finalizar el siglo ya había doce ciudades "millonarias" en el mundo.
Las nuevas ciudades nacieron en torno a las fábricas y las ya existentes crecieron alrededor de estas. Se trataba de un nuevo modelo urbano: las ciudades industriales.
Los barrios obreros se situaron cerca de las fábricas, para que los obreros llegaran pronto al trabajo. Las viviendas, construidas con materiales de escasa calidad, eran pequeñas y estaban mal ventiladas e insuficientemente iluminadas. Generalmente, disponían de una habitación en el piso bajo, que servía de cocina y de comedor, y otra en el piso superior, donde dormía toda la familia, muchas veces formada por más de diez personas.
En las viviendas no había agua corriente ni cuarto de baño, y las letrinas eran compartidas por los vecinos. El agua se cogía en las fuentes públicas y con frecuencia estaba contaminada, por lo que las epidemias de tifus y cólera eran frecuentes.
En los patios de las casa y en las calles, que no estaban empedradas, se acumulaban los desperdicios y el agua sucía porque no había alcantarillado. Las ratas y las pulgas eran habituales. El alumbrado público solía reducirse a alguna farola de gas, que rara vez funcionaba.
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