domingo, 17 de junio de 2018

3.2.- LOS TRANSPORTES

Faltaba la etiqueta 0 Tercera evaluación
Una falta de ortografía
Nota: 8

       
      Al mismo tiempo que evolucionaba el proceso de industrialización, se produjo una verdadera revolución de los transportes. El primer paso se dio en Gran Bretaña, en la segunda mitad del siglo XVIII, con un extenso programa de construcción de carreteras y canales. Pero el cambio revolucionario llegó cuando se consiguió aplicar la energía de la máquina de vapor al transporte. El uso de la máquina de vapor en el transporte terrestre (ferrocarril) y marítimo (barco de vapor) transformó la imagen del mundo que tenían los contemporáneos. El tiempo empleado en los viajes disminuyó de forma espectacular, los desplazamientos de pasajeros y mercancías se hicieron más seguros y baratos, y el gran volumen de carga redujo los costes de transporte de materias primas y productos elaborados.

               En 1814, George Stephenson construyó la primera locomotora de vapor y en 1829 obtuvo la concesión para construir la primera línea de ferrocarril, entre Liverpool y Manchester, inaugurada al año siguiente. En 1850, cuando las líneas ferroviarias comenzaban a tenderse en los países de Europa occidental y Estados Unidos, la red británica conectaba ya todos los centros industriales y mineros con los puertos y las ciudades más importantes y contaba con 10000 km de líneas férreas. El ferrocarril se convirtió en el motor principal de la industrialización. En apenas veinte años, entre 1830 y 1850, en Gran Bretaña se triplicó la producción de hierro y carbón. Y con el tendido ferroviario creció también el capitalismo financiero. Se crearon muchas compañías y sociedades de inversión, que se lanzaron a la construcción de ferrocarriles, una vía para invertir una parte de la riqueza acumulada por industriales y hombres negocios.

               La navegación a vapor se inició antes, pero tuvo un progreso más lento. En 1807, el barco de vapor ideado por Robert Fulton recorrió el río Hudson. Durante décadas, los buques de vela convivieron con los de vapor. A mediados del siglo XIX, los barcos de rueda de paletas fueron sustituidos por los de hélice, mucho más potentes y mejor preparados para las travesías transatlánticas. En las décadas posteriores aumentó el tonelaje y la velocidad de los barcos, y comenzó la fabricación de cascos de hierro y de acero, arrinconando a los últimos veleros de madera.

EL TENDIDO FERROVIARIO EUROPEO

               El 15 de septiembre de 1830 se inauguró oficialmente la línea de ferrocarril que unía las ciudades inglesas de Liverpool y Manchester. Los trabajos fueron dirigidos por George Stephenson, ingeniero mecánico, ayudado por su hijo Robert, también ingeniero.

               Cinco años antes, George Stephenson había puesto en marcha la vía férrea entre Stockton y Darlington, en el noreste de Inglaterra, pero solo se utilizaba para el transporte de carga y empleaba también la fuerza de los caballos. La vía férrea Liverpool-Manchester fue la primera del mundo que funcionó solo con locomotoras de vapor y que se dedicaba tanto al transporte de viajeros como de mercancías.

               La construcción de los 56 kilómetros de la línea suponía un desafío extraordinario para la ingeniería de la época. El ferrocarril tenía que resolver problemas técnicos, como la elección del trazado, la construcción de túneles, puentes y viaductos, la nivelación de las pendientes, la señalización o el aprovisionamiento de carbón y de agua. Los primeros trenes podían circular a 27 km/h. En muy poco tiempo, las mejores perspectivas se vieron superadas por el éxito económico y comercial de la línea férrea. Era el inicio de una revolución que transformaría por completo el transporte de larga distancia.



3.3.- EL COMERCIO Y EL CAPITAL

               El éxito de la revolución Industrial dependía también de otros factores, como la expansión del comercio exterior y la creación de un sistema financiero que facilitara la concentración y circulación de capitales.

               La revolución de los transportes hizo posible la integración de los mercados nacionales y propició el incremento del comercio exterior a larga distancia, acelerando las relaciones entre mercados, países y continentes. El ejemplo más claro es el de la producción textil británica. Su crecimiento continuado dependía de las importaciones baratas de algodón en rama y de las exportaciones de productos de algodón. En las décadas centrales del siglo XIX, los centros industriales de Gran Bretaña producían más de la mitad del algodón, del hierro y del carbón del mercado mundial. El volumen del comercio británico duplicaba al de Francia, su rival más próximo.
             
               El proceso de industrialización necesitaba grandes inversiones de capital. En los primeros momentos, las empresas eran familiares y dedicaban una parte de sus beneficios a la mejora de su proceso productivo. Pero, con el paso del tiempo, la construcción de grandes instalaciones fabriles, infraestructuras de transporte y redes comerciales exteriores exigió la concentración de capitales.

               Se crearon sociedades mercantiles formadas por varios inversores. El tipo más conocido es la sociedad anónima, empresas con un capital dividido en participaciones llamadas acciones. Los inversores tienen una responsabilidad que se limita a las acciones que adquieren. Las acciones cotizan en Bolsa, una institución financiera donde se compran y se venden las acciones emitidas por las compañías. También los bancos, de origen medieval, se convirtieron en modernas entidades de inversión. Y la circulación de capitales se benefició de las facilidades de pago (cheques, letras de cambio y pagarés) y de la difusión del papel moneda, emitido por los bancos nacionales.


               El algodón, más apropiado para las nuevas hilaturas, fue el auténtico protagonista de la Primera Revolución Industrial.






               El gran salón del Banco de Inglaterra, grabado de la obra de Rudolph Ackermann El Microcosmoss de Londres, publicada 1809. El ahorro industrial fue la principal fuente de financiación de las primeras industrias, pero la necesidad de una tecnología más evolucionada demandó mas capital. Hacia mediados del siglo XIX fue generalizándose la creación de sociedades y la venta de acciones industriales, y no tardarían en surgir las grandes familias de banqueros europeos: Hope, Rothschild, y Oppenheim, entre otros.

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